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Enseñando la Shoá




Tuve la oportunidad hace poco de presenciar una clase organizada por el Museo de la Shoá para un grupo de alumnos de un liceo público.


La docente a cargo de la clase explicó la historia y magnitud de la Shoá, dejando bien claro cuán horrible fue ese período de la historia de la humanidad en general y del pueblo judío en particular.


Concluyó haciendo hincapié en el hecho de que en esa época había tres tipos de personas: victimarios, víctimas y observadores indiferentes. Alguien del público resaltó que hubo también gente que arriesgó su vida para salvar a individuos y familias judíos. La docente reconoció este hecho y se explayó al respecto, señalando el concepto de “Justos entre las naciones” y los reconocimientos que reciben las personas honradas por esta distinción en Israel hoy en día.


El mensaje práctico que parecía quedar de toda la presentación era de que no repitiéramos el error de ser observadores indiferentes ante las injusticias que nos toca ver. La indiferencia es lo que permite las atrocidades y, por ende, implica complicidad.


Me quedé impresionado con el esfuerzo de quienes están detrás del Museo de la Shoá y con el don de comunicación de la docente.


Pero, ¿acaso el mensaje de semejante esfuerzo para educar sobre la Shoá es simplemente evitar el bullying y la discriminación al diferente?


¿Acaso Hitler fue nada más que una variante — destacada, por cierto — de todos los seres humanos que a lo largo de la historia utilizaron su poder para matar a quien se les dio en gana?


¿En qué fue diferente la Shoá que los demás genocidios? ¿En qué se diferencia de las masacres cometidas con las tribus originarias del Nuevo Mundo?


La docente explicó que la Shoá fue diferente, inclusive en comparación a las demás poblaciones exterminadas en los mismos campos por los alemanes, por tres razones: 1) la magnitud; 2) la planificación e industrialización; 3) el odio hacia los judíos a nivel global, más allá de los que se encontraban en los territorios bajo su dominio.


Me quedé pensando...


Uno de los elementos más sádicos y cruciales en el proceso conocido como la Solución Final fue —como bien lo explicó la docente— la gradual y sistemática despersonalización. Guetos. Transporte en vagones de ganado. Separación de los familiares. Despojo de los bienes personales. Rapado de los cabellos. Uniformes de prisionero ignorando los talles de los mismos. Números impersonales tatuados en sus brazos, desplazando sus nombres personales. Las personas fueron transformadas en meras máquinas para producir armas para el ejército alemán.


Pero las diabólicas mentes de los alemanes no concibieron lo que hubiera sido la crueldad mayor: desjudaizarlos, despojarlos de su identidad judía.


Las peores condiciones de despersonalización perpetradas por los alemanes no pudieron romper el espíritu del judío, porque cada prisionero sentía en la profundidad más recóndita de su ser de que cada golpe y cada cachetazo que recibía reafirmaba su identidad más profunda e importante: era judío. Lo estaban pegando por quién era, no por quien no era o por no ser nadie. A los alemanes no se les ocurrió que había un sufrimiento aún más cruel de lo que su genio pudo imaginar: el de sufrir en vano.


Hablar de la Shoá como un ejemplo de los males del bullying y la indiferencia ante la discriminación ¿no será una trivialización —si no una falsificación— de la historia? Ellos no fueron asesinados simplemente por ser diferentes; fueron perseguidos, cazados y quemados por ser judíos.


Hitler nos quiso matar, no simplemente porque éramos “diferentes”, sino porque somos diferentes de una manera diferente.


La existencia del Pueblo Elegido ponía en jaque a su Súper Raza. A las demás víctimas los alemanes las eliminaron porque eran “diferentes”, una molestia; a los judíos, porque —gracias al legado milenario que recibió al pie del Monte Sinaí, sintetizado en los Diez Mandamientos— somos una amenaza existencial a los códigos, filosofía de vida y ambiciones de alguien como Hitler, iemaj shemó.


El judío es una amenaza no por su número o su poder terrenal, sino por lo indiscutible e indestructible del código de vida del cual es portador y custodio.


El judío era y sigue siendo la consciencia de la humanidad, el mensajero histórico que tercamente sigue insistiendo en que el hombre no es el ser supremo, sino que debe subyugarse al verdadero Ser Supremo, Di-s. Los sistemas éticos de más de la mitad de la población mundial se basan y se inspiran hasta el día de hoy en ese mismo código entregado al pueblo judío en el Monte Sinaí hace 3.333 años.


El judío, portador de ese código, sigue manifestando el hecho de que no es el hombre quien define el bien y el mal, sino su Creador.


Es el judío quien sigue insistiendo en que el mundo no es un accidente cósmico y el hombre no es un accidente biológico, que nada importa más allá del valor que cada uno le quiere dar a las cosas. Según el judío, tanto el mundo como el hombre — el macrocosmos y el microcosmos— son creaciones Divinas, y tienen un propósito que trasciende sus limitadas necesidades y preferencias personales.


La vida judía se basa y promueve la idea de que el objetivo máximo de la vida está en cumplir con las responsabilidades hacia el prójimo, y no solo en defender los derechos personales de uno.


Es el judaísmo quien trajo la noción, y sigue insistiendo y defendiendo el hecho de que la vida de cada ser humano, sin excepción —creado a imagen y semejanza de Di-s—, es sagrada.


Es el judío quien insiste en que no se trata de tolerar al “diferente”, sino de respetarlo y valorarlo justamente por serlo.


Ahora se puede entender por qué Hitler nos quiso eliminar, y cómo hacer para evitar que surja otro.


No quiero ni puedo ser un testigo indiferente frente a semejante injusticia, sin duda involuntaria. Así escuché decir a la docente.


Propuesta


Entiendo que hay dos mensajes que hay que transmitir en relación a la Shoá, uno para judíos y uno para quienes no lo son.


Mensaje para los jóvenes judíos:


A los jóvenes judíos hay que transmitir sobre la vida y vitalidad judías diezmadas en Europa, además de las vidas judías.


  1. A las 6.000.000 de vidas no las podemos recuperar. Lo único que nos queda es no olvidarlos y honrar su memoria. La vida y vitalidad llenas de experiencias y valores judías que fueron destruidas junto a ellos depende de nosotros reponerse.

  2. Es importante luchar contra el antisemitismo, sin duda alguna. Pero eso no debe distraernos de algo más crucial, fortificar el semitismo. Si las nuevas generaciones judías no reciben las herramientas básicas necesarias para poder entender qué es ser judío y por qué importa seguir siéndolo y defender y perpetuar ese legado y esa identidad, no hará falta persecución antisemita para hacernos desaparecer.

  3. Recordar y lamentar la pérdida de las 6.000.000 de vidas judías que fueron masacradas en nuestra historia reciente es de valor incalculable e indiscutible. Recordar el pasado debe servir también —y quizás hasta primordialmente— como catalizador para fortificar nuestro compromiso con nuestra vida y vitalidad judías a nivel comunitaria, familiar y personal en el presente y el futuro. "Nunca más" no debe descansar en un compromiso de defender vidas judías, sino apuntar a asegurar vida judía.

Y para todo eso es imprescindible una genuina educación judía de calidad.


Mensaje para los jóvenes judíos y no judíos:


¿Puede haber un Holocausto en este país hoy en día, contra los judíos o cualquier otro segmento de la población?


Para poder responder hace falta explicar primero:


¿Dónde falló la sociedad alemana? ¿Cómo es que pudo perpetrarse semejante barbarie en el seno de una de las sociedades más científicamente avanzadas y cultas de su época? ¿Qué es lo que faltó en su sistema de valores? ¿Qué podemos aprender de sus errores para no cometer los mismos?


De acuerdo al Rebe de Lubavitch, Rabino Menachem Schneerson —que su mérito nos proteja—, lo que falló en el sistema de valores alemán fue el hecho de que basaron el sistema en la idea de que Homo Sapiens es el ser supremo que define el bien y el mal “a su imagen y semejanza”, y que no debe rendir cuentas a nadie. La conclusión lógica de ese sistema es que el hombre puede decidir a su criterio quién tiene derecho a la vida y quién no.


Los nazis, sus simpatizantes y sus herederos ideológicos nos dieron el ejemplo de lo que puede resultar de una educación que aporta mucha ciencia y descuida la fundamentación ética: monstruos que no tienen límites en su capacidad y creatividad y eficiencia destructiva.


Debemos aprender de ese error y hacer lo que está en nuestro poder para asegurar de que la educación que damos a las nuevas generaciones tenga una base ética clara y sólida: que la vida humana es sagrada porque cada ser humano fue creado a imagen y semejanza de Di-s, y tiene por eso un propósito y valor insustituibles. Sin esa base, hasta el hombre más inteligente y racional puede llegar a la conclusión de que es superior a otro y tiene el derecho —e incluso la obligación— de eliminarlo.

Si logramos esto [1], les daremos una nueva vida a los mártires. Lograremos transformar una de las atrocidades más grandes de la historia humana en un catalizador para lograr lo que puede llegar a ser la mejor época de la historia humana, una en la cual cada uno respeta al prójimo por su valor intrínseco. Y de ser así, su muerte no habrá sido en vano.


Las víctimas —tanto judías como no judías— se lo merecen. Nosotros lo merecemos. Nuestros hijos lo merecen.


Publicado originalmente en la revista Késher (Jabad Uruguay) No. 72, Otoño 2020 y actualizado el 28 de enero de 2022


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  1. Dos ejemplos de iniciativas y logros en esa dirección son el Minuto de Silencio y Día de Educación, USA.

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