**Emor (Levítico, 21:1 – 24:23)**
Cuando nos cruzamos con alguien que cometió un acto claramente indebido, ¿cómo reaccionamos?: ¿Lo condenamos o lo alabamos?
Te preguntarás cómo es que se puede alabar el comportamiento indebido de alguien. Veamos un ejemplo.
Cuenta el Talmud (Bava Metzía, 84a) que el sabio Rabí Iojanan estaba bañándose en el río Jordán cuando fue avistado por una banda de ladrones liderada por el temible Resh Lakish. Con un audaz salto al río, este se abalanzó sobre el sabio decidido a atacarlo. Impasible,
Rabí Ionajan lo encaró con estas palabras:
—Tu fuerza sería ideal para el estudio de Torá.
—Y tu belleza sería de gran utilidad para las mujeres —replicó, divertido, Resh Lakish.
—Mi hermana es mucho más bella que yo. Si te dedicas al estudio de la Torá, mi hermana se casaría contigo —propuso Rabí Ionajan.
Resh Lakish aceptó el trato y llegó a ser un gran sabio.
Aquí está la clave: se puede condenar lo que alguien hizo mal y se puede alabar su potencial para hacer el bien. Al condenar el mal que hizo, estamos simplemente reafirmando lo negativo; al hablar del bien potencial, reafirmamos su lado positivo y damos pie para que lo manifieste en la práctica.
Tanto Resh Lakish como cualquiera que lo conocía veía en él un hombre bruto y de gran fuerza física. Era un gladiador que peleaba con animales salvajes. ¿Qué potencial positivo puede tener una persona así? Nadie (ni siquiera él mismo) veía en él más que un hombre salvaje.
Esto era así hasta que se cruzó con Rabí Iojanan, quien no lo rezongó por como era. Rabí Iojanan simplemente vio y le hizo ver una faceta de sí que quizás nunca había considerado. Esa fuerza bruta que poseía no tenía necesariamente por qué aplicarse a la destrucción.
Aplicada a una tarea constructiva, podía tener grandes resultados positivos.
Fue la palabra de Rabí Iojanan la que accedió a ese potencial en su escondite, lo expuso y le dio vida.
Esta actitud tiene muchas aplicaciones en la vida cotidiana. Muchas veces nos topamos con situaciones, actitudes y comportamientos desagradables. ¿Cómo reaccionamos? Lo natural es reaccionar con enojo o tristeza como resultado de nuestra impotencia ante la injusticia.
Somos víctimas. ¿Cuál es el resultado? Angustia. Mucha angustia. Sube la presión y baja el estado de ánimo.
Sin embargo, hay otra posibilidad. Podemos ver la situación no por lo negativa que parece ser, sino por lo positiva que puede llegar a ser. Si uno fue capaz de hacer mucho daño, imagina cuánto bien puede hacer...
Al lograr ver el potencial positivo tendremos el poder de activarlo y dejar de sentirnos víctimas. Muy a menudo, para cambiar una situación no hace falta nada más que una palabra positiva. Con la palabra justa también podemos ayudar al otro a ver una realidad que no fue capaz de ver solo y que le servirá de motivación para embarcarse en el camino del bien.
Es cuestión de voluntad
Esta habilidad de encontrar el bien en cada situación parece no tener límites, como veremos en la siguiente historia (por cierto, algo exagerada).
Había un pueblo que tenía la costumbre de no enterrar a un difunto sin que alguien mencionara en la ceremonia sus cualidades y méritos.
Sucedió que murió el avaro del pueblo y nadie tenía nada positivo para contar sobre él. ¿Qué hacer entonces?
La gente esperó pacientemente hasta que a alguien se le ocurriese relatar algo positivo de ese hombre miserable.
Finalmente, Jorge levanta la mano y dice que tiene algo positivo para decir del difunto.
Todo el mundo, incrédulo, lo miró. ¿Qué mérito le habrá encontrado?
—Resulta que este hombre no era tan malo. Su hijo es mucho peor que él.
Siendo que algo es mejor que nada, alcanzó con ese “mérito” para poder darle sepultura.
Pasaron los años y el hijo murió. ¿Qué hacer ahora? ¿Quién le podrá encontrar un mérito para que pueda llegar a tener sepultura en el cementerio comunitario?
Luego de una larga espera, Jorge levanta la mano y dice tener un mérito para relatar:
—Fue gracias a él que su padre llegó a tener sepultura en este cementerio …
El que busca, encuentra. Más aún, quizás podemos decir: encuentra lo que busca.
En la educación de los hijos
Hace poco presencié una aplicación de este principio que me impresionó mucho. Un niño de tres años estaba jugando con su hermanito menor, dándole un abrazo que lo sofocaba. El bebé no podía respirar y protestaba (yo veía la situación horrorizado). El padre que observaba de cerca, en vez de amonestar al niño, muy sabiamente le dijo: “Sé que estás abrazando a tu hermanito porque lo quieres mucho, pero a él no le gusta cuando lo haces tan fuerte, le duele”. El niño de inmediato soltó a su hermanito, motivado por encontrar una manera de demostrarle su amor que también a él le gustara.
La reacción natural de muchos padres probablemente sería gritarle al hermano mayor que soltara a su hermanito porque lo estaba molestando. Este padre sabio supo ver, hacer ver y reafirmar el amor del niño en lugar de la manifestación negativa de molestar al bebé. El niño comprendió de esto: “Yo sirvo. Mis intenciones son buenas y deseadas. Solo debo aprender a afinar la puntería y hacer las cosas de una manera aún mejor”.
Dicha actitud es aplicable a todas las relaciones, tanto personales como comunitarias: podemos ya sea optar por condenar lo que no nos gusta, o bien ver aun en las situaciones tanto reales como aparentemente negativas la semilla de un bien superior, y cultivarla hasta que florezca y dé sus frutos.
“Tolerancia” cero
Se habla mucho en contra de la discriminación al que es diferente y en pro de la tolerancia.
¿Es realmente bueno “tolerar” al diferente?
La Real Academia Española define el término de la siguiente manera:
tolerar.
(Del lat. tolerare).
1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.
2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.
3. tr. Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.
4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
No hay que simplemente tolerar al diferente; hay que respetarlo. La consigna no debe ser tolerar al diferente a pesar de su diferencia, sino respetarlo y valorarlo por su diferencia.
Todos tenemos nuestras fuerzas, como también nuestros desafíos. Si nos parece ver algo negativo en el otro, debemos buscar hasta encontrarle el potencial positivo, hablarle al respecto, ayudarlo a percibirlo y ponerlo en práctica hasta que no haya lugar para lo negativo.
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