**Jaié Sará**
Una de las causas de ansiedad y depresión es sin duda la sensación de haber dejado la juventud atrás y haber entrado en la vejez y su anuncio de lo que indefectiblemente viene después.
La gente gasta billones en dietas, cremas e intervenciones quirúrgicas para tratar de evitar el proceso o por lo menos disimular sus efectos.
¿Qué se puede hacer para no sentirse tan mal por la vida que se nos va?
Compartiré hoy dos herramientas que encontré en la lectura de esta semana, Jaié Sará.[1]
La lectura se llama Jaié Sará, “La vida de Sará”, aunque en realidad habla de lo que sucedió luego del fallecimiento de nuestra matriarca, empezando por el duelo de su esposo Abraham, su negociación y adquisición de la parcela familiar para enterrarla ahí.
¿No es paradójico, denominar un relato sobre lo que sucedió luego de su muerte con el título “La vida de Sará?
Hete aquí una gran enseñanza: hay una diferencia entre meramente existir y vivir. “Los justos aún muertos se consideran vivos,” dicen nuestros sabios [2]; y “los malvados aún en vida se consideran muertos”.
Para que un ser humano se considere vivo no alcanza con existir, respirar, comer y tener todas las funciones biológicas operando en forma óptima. Estos son los criterios para determinar vida vegetal y animal. Lo que define vida humana es el impacto positivo que tiene más allá de su beneficio y supervivencia personales. Cuánto más impacto positivo tiene, tanto más plena su vida. Hay vidas que siguen teniendo impacto aún después de su desaparición física y hay vidas que aún mientras transitan la tierra no impactan a nadie más que a sí mismo y lo suyo.
¿Cuándo se puede ver si uno realmente “vivió” o simplemente “existió”? Lo podemos ver luego de que físicamente no está más. ¿A quién afecta su desaparición? ¿Para quién sigue siendo relevante lo que dijo e hizo en vida? En el caso de nuestra matriarca Sará pudimos ver el verdadero impacto de su vida por el hecho de que aunque físicamente ya no estaba, seguían siendo relevantes las bases y valores que ella asentó en vida. No terminaron con su desaparición física, sino todo lo contrario. Recién ahí se pudo ver que Sará no solo existió 127 años, sino que los vivió. Los insufló con una vitalidad que trascendía su existencia corporal.
¿Cómo se hace para vivir una vida de tal manera que perdure aunque uno físicamente ya no
esté?
La receta la vemos en la manera en que la Torá describe la vejez del esposo de Sará, Abraham3 : “Abraham envejeció, entró en sus días…”
Nuestros sabios señalan que la expresión Ba baiamim, “entró en sus días”, se puede traducir también como “vino con sus días”, o sea, al llegar Abraham a la edad de ciento setenta y cinco años, pudo justificar cada día de su vida y mostrar el saldo positivo que dejó. Cada día de su vida cumplió su función; no había ni un día demás o sin justificación. No había un solo día que no lo vivió al máximo. Avraham no era viejo, sino añejo.
¿Alguna vez te preguntaste por qué la gente festeja sus cumpleaños? ¿Qué sentido tiene festejar el pasar del tiempo, si cada año vivido significa que queda un año menos de vida?
La respuesta es que no necesariamente cada año que pasa implica un año menos. Puede implicar un año más. Depende de si fue gastado o invertido. Si uno gasta su vida, si la vive únicamente para ver cuánto provecho puede sacar, entonces, sí, cada día que pasa es un día menos que le queda. En cambio, si la invierte, si busca y aprovecha cada oportunidad para aportar algo de valor a terceros, entonces todo lo contrario, cada día vivida se va sumando, dejando cada vez un saldo mayor.
Así que la herramienta de vida para esta semana sería: la determinación de si tu vida es más que mera existencia depende de vos. Si el día que pasó se suma o se resta depende de qué hiciste con él. ¿Lo aprovechaste únicamente para sacar algo personal y efímero o para aportar algo de valor para toda posteridad? Las arrugas vienen solas. No dependen de ti. De ti depende si representarán que eres más viejo o más añejo.
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