Quiero compartir contigo, querido lector, una experiencia interesante que tuve hace poco en Glen Canyon, Arizona (googlealo).
Para mejor apreciar esa belleza natural, mi esposa y yo nos unimos a un tour por barco que paseaba por el río Colorado, que llega hasta y cruza el Gran Cañón. Hicimos una parada y desembarcamos en una banquina para poder ver las cosas más de cerca. Fue muy interesante escuchar sobre la flora autóctona y las plantas importadas desde Kazakhstan para resolver ciertos problemas ecológicos que terminaron produciendo nuevos problemas de otra índole.
Una de las atracciones interesantes es una pared en la cual están grabados unos petroglifos, unos dibujos de animales cincelados en la roca por los nativos. Suponen que tienen entre 3.000 y 5.782 años. En sí no son tan diferentes al ojo no entrenado que los tantos que hay en muchas partes del mundo. Un distintivo en este caso es que tiene el nombre TRENT tallado entre las imágenes. Resulta que en el año 2010 un tal Trent decidió que sería una idea “cool” tallar su nombre ahí. Esa idea le costó una multa de USD 10.000 por violar un tesoro nacional de valor histórico y arqueológico. Si se le llegara a ocurrir hacerlo una segunda vez puede terminar pagando hasta USD 100.000 y pasando hasta cinco años en la cárcel.
¿Por qué me resultó tan interesante ese episodio?
Me imaginé a Trent el grafitero defendiéndose argumentando que la pared es de todos y que tiene el mismo derecho a expresarse como lo tuvieron los desconocidos que optaron por expresarse hace miles de años, grabando imágenes de su ganado en la pared. ¿Qué diferencia hay? ¿No somos todos iguales, con los mismos derechos? Ellos tienen su verdad y ¡yo tengo la mía!
Quizás tendría razón si no fuera por el hecho que todavía hay descendientes de aquellos que mantienen su tradición en cuanto al significado de esas imágenes. No; no son la misma clase de expresiones. Lo de ellos responde a un sistema y lo de él a otro. Tendrán todos derecho a expresarse, pero que lo haga en otra pared sin invadir el espacio de otros, consagrado por una tradición milenaria.
En algún momento, la guía señalaba un símbolo y explicaba que hay una diferencia de opinión entre las tribus locales, descendientes de aquellas tribus originales, en cuanto a su significado. Sugerí que a mi me parecía que simbolizaba algo totalmente diferente a las dos interpretaciones tradicionales. “Puede ser,” dijo la guía con una sonrisa.
Me quedé pensando… ¿Puede ser? ¿En serio? Puede ser que mi interpretación sea muy interesante, pero muy difícil que sea lo que pensó el que lo grabó hace miles de años. Será interesante, pero lejos de la verdad. “Interesante” no quiere decir ni remotamente “verdad”...
Pero, claro. Para ella era nada más que un cuento; una historia de otros. Me imagino que si la guía fuese algún miembro de las tribus mencionadas, no sería tan indiferente ante la creatividad de mi interpretación de las intenciones de su ancestros. Sería hasta una ofensa. Puedo, sí, decir lo que a mi me representa, pero sería un atrevimiento y una falta de respeto colosal sugerir que eso fue lo que seguramente tenía en mente su ancestro, a pesar de las tradiciones milenarias al respecto.
Hay un término hebreo/idish para esto, difícil de traducir con exactitud: jutzpá.
¿Cómo vas a comparar un grabado milenario con valor arqueológico con un grafiti? Ambas son expresiones humanas, por cierto, pero ¡vaya la diferencia!
Muchas veces tengo conversaciones con gente que suenan a Trent. “A las tradiciones milenarias hay que respetarlas pero a la vez hay que actualizarlas,” dicen. “Nosotros también tenemos derecho a pensar”. Y fundamentan su posición con argumentos muy inteligentes, creativos e interesantes. Falta nada más que un elemento: la verdad.
No hay ningún problema con que cada uno interprete como quiere el significado que tienen para él o ella nuestras tradiciones. Pero de ahí a redefinir los fundamentos y reglas consagrados por milenios, es más que una mera Jutzpá; es peligroso.
La esencia y razón de ser del pueblo judío y de cada uno y una de sus integrantes nacen y están definidas por la Torá. Es por lo que significa para nosotros la Torá que vivimos de acuerdo a sus principios, existimos como pueblo y lo festejamos. Al tergiversar las verdades de la Torá se pone en peligro la propia razón de ser, existencia y futuro del individuo, familia, comunidad y pueblo judíos como tales.
Y las víctimas de dichos experimentos, por más que no tengan la culpa, y por mejor intencionados que estén, cuando llegan a posiciones de liderazgo comunitario no saben hacer otra cosa que perpetuar el espiral hacia abajo.
Sus iniciativas serán “cool”, según su gusto, pero no dejan de ser grafitis que violan lo lindo, valioso y sagrado de nuestra identidad milenaria.
No es ningún pecado querer ser creativo y “cool”; todo lo contrario. Simplemente hay que asegurarse de que la innovación no contradiga la verdad.
Jabad está siempre en la vanguardia de mostrar cómo se puede lograr propuestas novedosas y “cool” sin perder la autenticidad. Compartimos en las páginas de esta revista algunos ejemplos de nuevas iniciativas disruptivas. Te invitamos a sumarte con tus propuestas.
Tomemos, por ejemplo, el precepto de Hakhel, tema especial de este año post-sabático. Es un precepto que está en la Torá, pero hace siglos que no se cumplía por falta de un rey y por estar el Templo de Jerusalem en ruinas.
El Rebe —que su mérito nos proteja— nos enseñó cómo se puede cumplir con dicho precepto dentro de los límites de la realidad pre-mesiánica en la que vivimos [1].
El alma del precepto de Hakhel es fortificar nuestra conexión con la Torá y revivir de alguna manera la experiencia que tuvimos como pueblo al pie del Monte Sinaí. Si bien no se puede cumplir con el precepto literalmente hasta que no se instale un rey y se reconstruya el Beit Hamikdash, sí podemos cumplir con el precepto en su esencia. Cada uno de nosotros es un “rey”, ejerce influencia en un círculo determinado de familia, amigos, alumnos, etc. En el año de Hakhel podemos aprovechar nuestra posición de influencia para inspirar y fortificar a todos aquellos a quienes podemos llegar en cuanto a su compromiso para vivir su vida de una manera que refleje la voluntad del Rey del Universo en cuya imagen y semejanza nos creó.
Con los mejores deseos por una Shaná Tová Umetuká.
Eliezer
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Véase más sobre el tema: https://s.fwd.ws/6pXDc
Publicado originalmente en Revista Kesher, No. 79, Jabad Uruguay.
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